que me ha dado tanto,
me dio dos luceros,
que cuando los abro,
perfecto distingo
lo negro del blanco,
y en el alto cielo
su fondo estrellado,
y en las multitudes
el hombre que yo amo.
Gracias a la vida
que me ha dado tanto,
me ha dado el oído
que en todo su ancho
graba noche y día
grillos y canarios,
martillos, turbinas,
ladridos, chubascos,
y la voz tan tierna
de mi bien amado.
Gracias a la vida
que me ha dado tanto,
me ha dado el sonido
y el abecedario.
Con él las palabras
que pienso y declaro,
madre, amigo, hermano,
y luz alumbrando
la ruta del alma
del que estoy amando.
Gracias a la vida
que me ha dado tanto,
me ha dado la marcha
de mis pies cansados.
Con ellos anduve
ciudades y charcos,
playas y desiertos,
montañas y llanos,
y la casa tuya,
tu calle, y tu patio.
Gracias a la vida
que me ha dado tanto,
me dio el corazón
que agita su marco,
cuando miro el fruto
del cerebro humano,
cuando veo al bueno
tan lejos del malo,
cuando miro el fondo
de tus ojos claros.
Gracias a la vida
que me ha dado tanto,
me ha dado la risa
y me ha dado el llanto.
Así yo distingo
dicha de quebranto,
los dos materiales
que forman mi canto,
y el canto de ustedes
que es el mismo canto,
y el canto de todos
que es mi propio canto.
Gracias a la vida.
Violeta Parra
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