domingo, 22 de julio de 2007

La Isla de la Media Luna


El tiempo estaba cambiando, y el invierno parecía haber descendido sobre las tierras de Eithel-Glîn repentinamente. Las mañanas aparecían cubiertas de una suave niebla, y el sol apenas era suficiente como para deshacerlas levemente en pequeños jirones que iban desapareciendo a lo largo del día.

Abandonaron la ciudad de Tyelpëosto amparados por la noche cubierta de estrellas y no miraron atrás. El hedor de la ciudad devastada los seguía, como un dedo acusador sobre el mal que habían llevado a aquellas tierras en otro tiempo hermosas. Ahora ya no quedaba nada. Sólo piedras muertas.

Mientras salían de la ciudad, Delissë paseó la mirada por el campo plagado de cabezas cercenadas que se extendía a los pies de los muros. Un cuervo parecía empeñado en arrancar a través de la carne roja del cuello una vena que le debía parecer especialmente apetitosa. Uno de los ojos del hombre, que un día mirara extasiado la belleza de la noche estrellada, pendía levemente de su cuenca. El otro permanecía todavía en su sitio, con el párpado semi cerrado, y parecía conservar una expresión de dolor inmenso. Otro cuervo aleteó grácilmente hasta él, terminó de arrancar el ojo con un picotazo que abrió la carne del hombre, y luego marchó a saborear la blanda carne muerta en un rincón.

Las aves negras bailotearon al paso del ejército de Nurn, protestando con ásperas voces al ver interrumpido el banquete. Rojo y negro parecían fundirse en uno solo, y mientras avanzaban en la noche, quedó atrás El Castigo.

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Las altas y escarpadas murallas de Eärondo ocultaban de su vista la ciudad de Aran Fortin. La isla, cubierta de una espesa niebla, parecía flotar levemente sobre el agua, y encerraba en ella una calma que sabía sólo era aparente.
La Compañía de Nurn llegaba desde Earramë, donde había robado los barcos más grandes del puerto, a sangre y fuego. Nadie había podido resistir su embate, y ahora, sin bandera visible, navegaban en pos de Aran Fortin, una ciudad con fama de infranqueable. Pero no habían sido suficientes, y muchos de ellos excedían con mucho el límite de su capacidad.

La guerra había afectado también al comercio de la zona, y eran pocos los comerciantes que se atrevían a realizar entregas en esa época. Más sabiendo la devastación que la alianza del Norte había llevado a las tierras de Eithel-Glîn. No era seguro, y ahora, el saqueo del puerto llevado a cabo por el salvaje ejército de Nurn había dado la razón a los más desconfiados.

Unos pasos tras ella anunciaron la presencia de Nulkaiel. La Señora de Nurn se había reunido con ellos en el improvisado puerto del Sîrfalle, y había traído consigo noticias del norte, del este y del sur. La ofensiva, tanto tiempo planeada, no había salido tan bien como habían esperado. Ahora, su nueva misión se encontraba en el oeste, en aquella isla donde el ejército Tercano había sido rechazado hacía pocos días, mientras ellos arrasaban con furia la capital del reino. Pero debían confiar que aquellos barcos sin bandera les abrieran el paso de la bahía, aquél que sus aliados habían encontrado cerrado.

- Los barcos de Nurn estarán llegando en estos momentos al puerto de Turelondë - dijo Nulkaiel, mientras se apoyaba en la baranda del barco. Sus cabellos de cobre ondeaban al viento, mientras miraba tras ella la flota que los seguía.

- Así debe ser - respondió Delissë entonces - Helerauko deberá darse prisa en llegar con el vampiro a Narmelost. Aunque no daría gran cosa por su vida...

- Es una raza extraña pero fuerte, quien sabe…

- Fue feroz en la batalla. Eso es más de lo que muchos podrían decir. Si muere, habrá dado la vida por algo tan grande que ni él mismo alcanzaría a comprender. Habrá dado la vida por Nurn.

Callaron un momento, escuchando el eterno rumor de las olas.

- Esta niebla es peligrosa - añadió Delissë al cabo de un rato.

- ¿Peligrosa? Esta niebla nos encubre a los ojos del enemigo… ¿o no es así?

- Los ojos del enemigo ven más allá de ella. Ya saben que venimos, y ahora temo que oculte al enemigo a nuestros ojos… - dejó flotando en el viento la última frase - Prepara tus arqueros, Nulkaiel, por que ya están aquí.

Nulkaiel miró a la maia, y sacudió la cabeza suavemente. Sabía que ella veía mucho más de lo que ningún otro podía ver, y no dudaba que tendría razón. Si había un peligro cerca, Delissë lo sabría. ¿Pero por qué no podía ser más clara? No lo pensó más y marchó a preparar a los arqueros. Sea lo que sea, pronto lo veré, se dijo a sí misma.

Delissë permaneció mirando el horizonte. Tras ellos, el resto de la flota parecía dividida. Los barcos que habían sido cargados en exceso quedaban rezagados, y eso no le gustaba en absoluto. “¡Maldita sea!”, pensó, “Si llegamos todos juntos a puerto, nos rodearán, y entonces sí que estaremos perdidos. Pero ellos han divido sus fuerzas, y todavía les sacamos ventaja en número… Quizás no sea tan malo después de todo que los barcos de Inglin hayan quedado rezagados”.

La niebla pareció rasgarse para dejar paso a una vela en el horizonte, seguida de otras muchas. Gritos de alerta resonaron de barco en barco, como un eco. Delissë se volvió para observar la reacción de Inglin. No la defraudó. Los ocho barcos de Inglin viraron, y se dirigieron a enfrentar directamente la embestida naval de la Alianza. Todavía tenían una oportunidad.

Mientras las flechas volaban de una flota a otra, grandes bolas de fuego surcaban el cielo en busca de un blanco en el agua. Pero la niebla los hacía lanzar a ciegas, y el poder de las catapultas de Aran Fortin se perdía en el agua salada.

Gritos de guerra resonaron en sus oídos, mientras veía acercarse el puerto. Cientos de orcos y hombres agitaban con furia sus armas, mientras clamaban por la sangre del enemigo, que casi podían sentir en sus labios. Muchos de ellos se lanzaron al agua, mientras lanzaban cientos de pasarelas de cuerda que aseguraban en cualquier punto del muelle, saliendo de los barcos como una riada, mientras una lluvia de flechas caía sobre ellos sin piedad alguna.

Los primeros orcos que habían llegado al muro fueron detenidos por cientos de balas de paja ardiendo que arrasaron y quemaron todo a su paso. Mientras, Nulkaiel y sus arqueros buscaban puntos más elevados en las cumbres que rodeaban la ciudad. Una flecha certera surcó el cielo del amanecer, silbando hasta llegar a ellos, y encontrado reposo en el pecho de Nulkaiel. Cayó de bruces, mientras se llevaba las manos al pecho, y luchaba por recobrar el aire.

Se incorporó lentamente, y sus ojos de miel observaron atónitos la flecha oscilante en su pecho, mientras sus labios entreabiertos luchaban por encontrar el aire que parecía escaparse a través de la herida, al mismo tiempo que la sangre que empezaba a cubrir por completo su vestido. No desistió. Con un gemido de dolor, partió la flecha, y volvió a ponerse en camino con dificultad. “Cuentan contigo”, pensó, “no puedes dejar de avanzar. No puedes dejar de responder…”

El ataque de fuego cesó y el ejército de Nurn se reagrupó nuevamente. Las puertas de la ciudad se abrieron, y el ejército de Aran Fortin avanzó entre las filas de orcos y hombres sembrando el caos a su paso. Un gran batallón de enanos defendía las puertas, y junto a ellas, pronto se agolparon cientos de miembros cercenados.

No sería suficiente. Delissë espoleó a Mirë, y avanzó sobre el enemigo, llevando consigo el terror y la muerte, insuflando en su ejército fuerzas renovadas. Desmontó de un salto, y sus llamas se alzaron frente a las puertas de la ciudad, mientras Airacil se bañaba en sangre.

Y mientras su espada danzaba al son de la muerte, Delissë buscaba a su enemigo con la mirada. Un elfo, vestido con la insignia de la Alianza se alzó ante ella, y no pudo más que sonreírle. Airacil destellaba en su mano, mientras la espada del elfo se cernía sobre ella. Paró el golpe con la espada, y el elfo se sintió confuso un instante, observando su sonrisa. Supo entonces que había alzado su espada contra alguien que estaba mucho más allá de su alcance, y que nada podía hacer para salvarse de la muerte.

Contempló la luz de Aman que se vislumbraba en los ojos de ella, oculta bajo el halo de maldad que cubría su mirada. Y tuvo un momento. Un momento para recordar a aquellos que había dejado tras las murallas de la ciudad. Un momento que le trajo la imagen dulce de su esposa, y la risa juguetona de sus hijos. Sólo fue un momento, justo antes de que la espada de la Maia se deslizará fría entre su carne. Justo antes de sentir el dolor.

La cabeza del elfo cayó rodando a sus pies, mientras su sangre todavía caliente se deslizaba a través de Airacil, goteando levemente en el suelo. Alzó la mirada, y por fin lo descubrió en la lejanía. Y él la vio a ella, y pudo ver cómo la furia hacía arder el cuerpo del Maia.

Ella rió entonces, mientras lo veía acercarse a través de la batalla. Se detuvo frente a ella, espada en mano, y sus miradas se enfrentaron durante un instante eterno, recordando quizás otros tiempos, perdidos en la memoria de ambos.

- Veo que quieres luchar contra mí. Edades incontables han pasado desde que partieras de Aman, el mal a echado raíces en tu corazón y la crueldad es solo comparable a tu belleza - dijo entonces Telimektar.

Ella permaneció en silencio, mientras el fragor de la batalla parecía apagarse tras el crepitar del fuego que ambos desprendían.

- Siempre tan amable - respondió ella con una sonrisa, mientras sus cabellos danzaban salvajes, ocultando sus ojos - Pero no quiero que te hagas falsas ilusiones, Telimektar. Sabes bien por qué estoy aquí, y la dulzura de tus palabras no evitará que la devastación de Eärondo.

- Si es lo que quieres… Lucharemos entonces, pero Aran nunca será tuya – respondió Telimektar, avanzando con furia hacia ella.

Airacil y Orion brillaron al encontrarse, y lo celebraron con un gran estruendo que golpeó la isla en sus cimientos. La tierra tembló, y las olas se levantaron furiosas al ser despertadas de su letargo, mientras en el muelle, los dos poderes de Aman se batían en duelo.

La defensa de las puertas parecía a punto de caer, y por un momento el ejército de Nurn se avalanzó sobre la ciudad. Pero sólo fue un momento, pues la bien armada caballería de Aran Fortin salió de la ciudad pasando por encima de los cadáveres que cubrían las puertas. La confusión reinó entonces entre los nurnitas, obligados a retroceder de nuevo hacia el muelle.

Pero los arqueros de Nulkaiel apostados en la cima lanzaron entonces cientos de flechas empenachadas de negro y rojo, que surcaron el aire ensañándose en hombres y bestias por igual. El relincho de los caballos heridos desgarró sus oídos, mientras hombres y orcos aprovechaban para acabar con los jinetes, desmembrando sus cuerpos en una sangrienta venganza. Ríos de sangre se deslizaron por la playa, para derramarse en el agua que lamía la orilla.

Barcos ardientes como teas iluminaban el horizonte teñido de rojo. La espuma de las olas que rompían en ellos llevaba consigo la sangre que caía de los barcos como una cascada. Inglin corría sobre la cubierta, ordenando otra vez el ataque de los arqueros apostados en ella. Cientos de flechas ardientes surcaban el aire sobre ella, en ambas direcciones.

- ¡A las velas! ¡Apuntad a las velas! – gritó con furia.

Y las velas de los barcos de Eithel-Glîn comenzaron a arder, cayendo implacables sobre la cubierta, prendiendo en su cubierta. Inglin sonrió entonces, pero su barco fue zarandeado con una fuerza indescriptible, mucho mayor que la fuerza de las olas. Paseó la mirada alrededor de sus barcos. Una extraña figura con forma femenina se alzó rápidamente golpeando uno de sus barcos, mientras arrastraba consigo a un infeliz que gritaba de terror mientras caía al agua. ¿Qué demonios…? Su mente pareció entumecerse con la duda… ¿Pero qué demonios era eso? Una mujer de cabellos rojos reía en el barco, y luego lo abandonó a la carrera, seguida por varios de los suyos, hasta su propio barco. Una gran explosión sacudió entonces el barco nurnita, lanzando virutas y trozos de madera que se incrustaron en todos aquellos que se encontraban cerca.

Inglin cerró los ojos, mientras sentía como la llamarada de fuego la golpeaba con intensidad, y la lanzaba de espaldas por la borda. Cayó en el agua semi inconsciente, y mientras se hundía en la inmensidad del mar se aferraba sólo a una idea. Venganza. Venganza. Venganza. Abrió los ojos, y pudo ver cientos de cuerpos cayendo en la muerte profunda del agua. Algo pareció asirla de repente, y sintió bajo su pecho algo firme. “Venganza... “ – musitó. Y cayó en la inconsciencia.

La tierra tembló. Una gran sacudida aturdió a ambos ejércitos, mientras el sonido de los truenos parecía retumbar en el cielo repentinamente negro que cubría la isla. Enormes olas hirvientes, altas como montañas arrasaron la costa, llevándose consigo al retirarse cientos de cuerpos abrasados. Soldados de ambos ejércitos cayeron de rodillas, suplicando piedad frente a lo que creían un castigo divino. Y Delissë supo después que fue entonces cuando perdió la batalla.

Nulkaiel, apostada en la cima del acantilado, fue alcanzada por las olas que barrían la bahía. Se volvió al sentir acercarse la enorme ola sobre ella, y el fuego hirviente que ésta traía consigo abrasó sus ojos, que se cerraron tarde al sentir el calor. El dolor lacerante que siguió la hizo caer de rodillas, incapaz de encontrar con sus manos ciegas un punto de apoyo que la retuviera en la colina, y la ola regresó nuevamente al mar, llevándose consigo el cuerpo roto en mil pedazos de la elfa.

Y ajenos a la devastación que causaban, Delissë y Telimektar combatían con furia, mientras el fuego de su propio poder incontrolado les alzaba del suelo, y sus espadas respondían a cada embate, sin descanso. Pero finalmente fueron alejados por una repentina ola de fuego, y quedaron mirándose mutuamente, con la respiración entrecortada.

- ¡Sabes tan bien como yo que nunca podrás vencerme! - dijo él, con una ira inmensa en la mirada.

- No lo sabes, Telimektar - sonrió ella, mientras su pecho subía y bajaba agitado, al compás de su respiración. El fuego que la envolvía daba a su piel un color dorado, y sus ojos parecían brillar más que nunca - Ambos fuimos concebidos como iguales en la mente de Iluvatar… ¿Por qué habrías acaso de soñar que encierras más poder que yo?

Telimektar no respondió, y se lanzó al ataque siguiendo un loco impulso. Y ella respondió de igual manera, saliendo a su encuentro. El silencio expectante fue roto por el sordo retumbar que emitieron las espadas al cruzarse en el cielo, y la oscuridad pareció diluirse un instante, pues las espadas estallaron en el aire, emitiendo miles de destellos de luz cegadora.

Delissë se sintió arrastrada en el aire, y finalmente cayó de espaldas en el suelo. Sintió un dolor profundo en el costado derecho, pero no supo reconocerlo hasta después. Se levantó, y observó como los restos de Airacil caían entre el muro de llamas que ahora separaba a ambos ejércitos. Al otro lado, Telimektar daba órdenes de retirada, y Delissë se internó en la muralla de fuego, recogiendo con reverencia los fragmentos de Airacil. Sus ojos violetas observaron la retirada del ejército enemigo, y las puertas de la ciudad se cerraron para ellos.

Se volvió entonces, ordenando el regreso, cuando sintió la sangre que corría a través del vestido. Había caído sobre una espada mellada, que se había incrustado en su cuerpo produciendo una herida bastante profunda. Suspiró entonces. Todo había sido un desastre desde el principio, y ahora sólo quedaba regresar con las manos vacías. Pero volverían. Sabía que volverían, y entonces, tal vez, la hermosa ciudad que ahora se encerraba en sí misma como un caparazón de piedra, sería suya.

Los barcos fueron cargados de heridos rápidamente, y Delissë descubrió entre ellos a Nulkaiel, con el rostro pálido y los ojos cerrados cubiertos de llagas supurantes.

- Llevadla a su camarote - ordenó - En seguida acudiré a atenderla.

“Malditos”, pensó, “Maldito seas Telimektar. Tu y todos los que te siguen conoceréis pronto el dolor, y será tan intenso que desearás haber muerto este día.”

Los barcos de Inglin permanecían extrañamente quietos en la lejanía, ahora que el mar había recuperado la calma. Pero eran pocos los que quedaban a flote. La ruina había sido total. Una barca se acercó remando veloz, y los soldados se encargaron de alzar a los heridos que habían conseguido rescatar de los naufragios. Inglin, inconsciente, fue depositada en una improvisada camilla. Se acercó a ella, y depositó un suave beso en su frente. Había estado a punto de morir ahogada, y su cuerpo, exhausto, no respondía. Su cuerpo descansaría junto al de Nulkaiel, y mientras se la llevaban, Delissë arrancó de su cuerpo la espada mellada que hasta entonces permanecía clavada en ella. Sus ojos se nublaron con el dolor, y la sangre escapó a borbotones de la herida.

“Pronto. Pronto os llegará la hora de pagar. La muerte y el llanto anegarán estas tierras, y las montañas de Eärondo se teñirán de rojo. Y buscareis la piedad en mi mano. Una piedad que no encontraréis, ni en la vida ni en la muerte”

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