lunes, 5 de noviembre de 2007

Adiós mi niña

Hace mucho tiempo que estaba pendiente de actualizar el blog, porque son muchos los amigos que me dicen que lo tengo abandonado. Y nada más cierto. Pero nunca imaginé que el motivo de ésta actualización sería uno tan triste. Nunca pensé que tendría que expresar una de las despedidas más tristes de mi vida.

Hay mucha gente que no lo entenderá. Leerá estas líneas, y pensará que es una estupidez sentir tanto dolor por ésta despedida. Lo siento por ellos, porque significa que nunca han sentido ese calor especial y único, esa lealtad sin medida.

Han sido 15 años. Aún recuerdo el día que la pequeña cachorrilla llegó a nuestra casa, cuando era tan pequeña que era incapaz de subir por sí sola al sofá de casa. Un sofá que con los años se convirtió en su mayor deseo, aunque fuera compartido con toda la familia y sólo pudiera ocupar un espacio mucho menor a su propio tamaño.

Se ganó el corazón de mi madre el primer día, llorando incansable desde el balcón, hasta que por fin se apiadó de ella y se la llevó a dormir a la cama. Al día siguiente, tanto mi hermana como yo supimos que se quedaría para siempre.

Siempre fue dulce. Sumisa. Mi padre siempre decía que si entraban ladrones en casa, Zuri los mataría a besos más que otra cosa.

Recuerdo que cuando mi hermana o yo nos poníamos enfermas una vez al mes, nos la llevabámos a dormir con nosotras, porque el calor de su cuerpo nos hacia de calmante. Y después de una película de miedo, nos peleábamos por llevárnosla también, pensando que con ella estaríamos más seguras. Aunque es bien cierto que Zuri era casi más asustadiza que nosotras.

Apenas había pasado el año cuando estuvimos a punto de perderla para siempre. Le encantaba correr en el parque, perseguida por todos los demás perros, sin que ninguno pudiera nunca alcanzarla. Bañarse en los estanques, excepto en el grande, donde estaba el enorme cisne del parque que aterrorizaba a todos los perros, y a muchos dueños, con su mala leche.

Y fue en una de esas carreras incontrolables cuando se lanzó a la carretera y un coche la golpeó, dejándola en el suelo. Fue una suerte que otra conductora se apiadara de ella y de mi hermana pequeña, y las llevara a un veterinario de urgencia. Pero tenía los huesos de la patita rotos... y verla en el veterinario, sufriendo, con la pata rota, es una imagen que no he podido olvidar nunca.

Pagué su operación con mis escasos recursos. No podía hacer otra cosa. Estuvo meses con hierro incrustado en la pata, cojeando, aunque afortunadamente por entonces teníamos ascensor, y podía salir a la calle. Pero las sorpresas no terminaron ahí. En uno de mis éxamenes sobre su salud, noté que su vientre se movía, y la sospecha de un embarazo, a pesar de que apenas había pasado su primer celo, cayó sobre mí. Todo se desveló con una radiografía que mostró 5 pequeños bultitos que crecían apiñados en su interior.

Lo agradezco de todo corazón, porque mi hermana y yo vivimos por ello una de las experiencias más hermosas de la vida. Nos dejó ver cómo daba a luz 5 pequeños ovillos de pelo negro, con patitas blancas. Uno de ellos murió casi al poco de nacer, pues no había tenido espacio para desarrollarse en su interior. Pero descubrimos entonces el enorme instinto maternal de Zuri, pues si una palabra la ha definido a lo largo de toda su larga vida perruna, esa es madre.

Les buscamos un buen hogar a cada uno, y fue triste despedirse de ellos. Pero sobre todo para ella. Ahora se que le quitamos sus cachorros demasiado pronto, pero entonces no lo sabía. A partir de entonces, todos los años tuvo un embarazo psicológico tras otro, e iba de un lado a otro de la casa con un montón de peluches y muñecos que hacían ruido.

Estuvimos a punto de perderla otra vez, cuando nos cambiamos de casa. Todavía mantenía la mala costumbre de escaparse, aunque la perdería entonces. Pero aquella vez no supo volver. Pasamos una noche y un día entero buscándola, por la calle, en la protectora de animales, en la perrera, aunque no queríamos buscar ahí. Finalmente la encontramos. Una señora que vivía con la menos 10 perros más la había encontrado y se la había llevado a casa. Pensaba que estaba abandonada, y aún cuando fuimos a buscarla, insistía en que si no la queríamos, ella se la quedaba. ¿Cómo no la ibamos a querer? Desde entonces era incapaz de andar más de unos pasos sin volver la cabeza para vigilar dónde estabamos.
Y aunque siempre fue una perra muy sociable, no le gustaba que nadie ajeno a la casa la sacara a la calle. Cuando eso pasaba, porque vivir en un 6º sin ascensor es lo que tiene, ella bajaba, hacia lo que tenía que hacer, y se volvía al portal sin tener en cuenta a su paseante, fuera quien fuera.

Me reí mucho el día en que fue con mi hermana y una amiga a la estación de Metro. La idea brillante de mi hermana era que su amiga llevara a la perra de vuelta a casa, pero no contaba con que Zuri tenía ideas propias. Cuando vio desaparecer a mi hermana en el Metro, dejándola con aquella desconocida para ella, fue imposible moverla de allí, por más que tiraran de ella. Creo que todavía seguiría esperando si no fuera porque la amiga de mi hermana llamó a mi padre, para que fuera a buscar a la perra. De otra forma hubiera sido imposible.

Después llegó a casa otra pequeña bola de pelo. Fue juntarse el hambre con las ganas de comer. Zuri tenía uno de sus anuales embarazos psicológicos, y el gato diminuto, una gran necesidad de leche y de calor maternal. El primer lametazo le dejó a Moui todos los pelos mojados y de punta, claro que por entonces tenía cuatro pelos. Pero en cuanto Zuri se tumbó, Moui se agarró a una tetilla con un ronroneo estruendoso para tan poco gato. Ella es su madre. Porque es lo que es Zuri por encima de todo. Hubiera adoptado cualquier animalillo perdido, gato o incluso paloma, porque qué iba a saber ella que la pobre paloma no era un mamífero.

Han sido 15 años, y ahora sólo queda decir un adiós en la distancia. Cuando vuelva a casa ella ya no estará tumbada sobre mi cama, como siempre. No tendré una cabeza buscando mi mano con insistencia, incansable como siempre de caricias. Esta semana dormirá para siempre, y yo la echaré de menos más que nunca, recordando lo bien que me hacía sentir simplemente por estar ahí.

Ojalá exista un cielo, donde pueda encontrarla algún día. Ojalá pudiera creer que existe, sólo por pensar que podré compartirlo con ella.

Te quiero Zuri.

2 comentarios:

Tas dijo...

Tristisima noticia.

Sé perfectamente lo que se siente cuando ocurre algo así. Entiendo perfectamente como te sentirás. Los que queremos a los animales te entenderemos y apoyaremos; los que no.... lo siento por ellos.

Todavía hoy hay veces que se me saltan las lágrimas al recordar a mi perra y a mi gato, y hace más de tres años que nos dejaron.

Quizá esten juntos en algun sitio. Ojala.

Sabes donde estamos.

Javier Pellicer dijo...

Quédate siempre con los maravillosos recuerdos. En cuanto a lo de un cielo para los perros... no tengo la respuesta, como nadie en este mundo, pero se me hace inconcebible que animales tan nobles y que nadie puede negar que aman desaparezcan sin más. Porque qué es el alma (humana o no), sino ostentar la capacidad de amar conscientemente? Vivamos en ese convencimiento.
Un saludo.